lunes, 5 de julio de 2010

Encuentro Académico con... La Desinformación: una estrategia vieja

Cuando Alvin Toffler y Heidi (su esposa) dejaron entrever en 1994 en “Las Guerras del Futuro” que el futuro mismo yacía, en las tecnologías digitales y las comunicaciones, quienes aún permanecíamos alejados de la tecnología nos vimos obligados a dar un paso adelante para dejarnos envolver por este escenario. Hoy, nuestros hijos, mostrando más habilidad, se desenvuelven en un entorno con alta dominancia tecnológica e informativa.
El texto de los Toffler, dedica un capítulo a los usos de la información en la guerra. Recuerda algunos casos históricos, identificando cinco estrategias para darle un “giro” a la información. Estas estrategias incluyen: acusar al otro de atrocidades, exagerar la importancia de los hechos, demonizar o deshumanizar al adversario, la polarización y la meta-propaganda. Aquí puede señalarse como máximo exponente de estas prácticas a la Alemania Nazi, donde el Ministerio de Propaganda, dirigido por Goebbels, autorizaba a los periodistas para ejercer su profesión, y les decían qué se debía escribir, cómo titular y otras minucias del ejercicio del periodismo.
Este escenario recientemente señalado en la prensa, me lleva a abordar una temática no sólo como educadora sino como comunicadora social: la vieja estrategia de la desinformación. Si vemos a nuestro alrededor y nos detenemos un momento en nuestra cotidianidad, podemos encontrar muchos ejemplos de estos esquemas de desinformación. De uno y otro lado se dicen unas cosas y se hacen otras. Haciendo algo de retrospectiva, podremos recordar a nuestros abuelos, una vida rural en su mayoría, con un pequeño radiecito que se prendía en la mañana, y desde muy temprano se escuchaban los mensajes muy personalizados: los anuncios de visitas o los avisos sobre los decesos de algún familiar.
Para hacer un poco de memoria, ya en tiempos de la Dictadura de Gómez fueron difíciles los momentos para quienes buscaron divulgar información. La gesta inicial de la radiodifusión en Venezuela de Luis Roberto Scholtz y Alfredo Moller allá en 1926, ya estuvo marcada por las presiones. El gran inconveniente del momento era la imposibilidad de divulgar ciertos temas y noticias y el peligro de que algunas de éstas tocasen los intereses de la dictadura, instalada desde hacía 17 años en el país. Cuando murió Juan Vicente Gómez la noticia se conoció a los tres o cuatro días (según se extrae de la historia).
Con el tiempo, apareció la televisión (ya sabemos cual fue el pionero). Las novelas llenaron un espacio y, los programas de noticias dieron el impulso para que la comunicación tomara cuerpo en la mayoría de nuestros entornos. En 1992, por primera vez, vimos una guerra en vivo y directo cuando se trasmitió la Guerra del Golfo.
Poco a poco nos hemos convertido, casi sin darnos cuenta, en un país rodeado de fuentes de información. Radio y televisión siguen al frente. Aún cuando Internet, mensajes de texto y Twitter, nos permiten enterarnos en muy poco tiempo, y en ocasiones, en vivo, de lo que pasa casi en cualquier lugar del mundo. Así los hechos y las imágenes que alcanzamos a conocer no pueden ser manipulados. Nuestros ojos nos mostrarán la realidad. Nuestra mente interpretará de una forma u otra esos hechos.
Sin embargo, lo que no vemos con nuestros ojos, sino a través de otros, pueden ser editados o transformado para ser usados con fines propagandísticos, a favor o en contra de una postura Ideológica, política o económica.
En el medio estamos quienes queremos estar informados por razones personales o profesionales y en muchas ocasiones es difícil separar “la paja del grano”, como dirían los abuelos.
Una opción es permanecer pegado al televisor o al computador, tratando de capturar la información, pero esto no es algo que el común de nosotros pueda hacer, a menos que sea parte de una actividad laboral. Incluso si quisiéramos, tal vez no sea posible contrastar las diferentes notas, las opiniones, o los comentarios y verificar las fuentes. Y a lo mejor tampoco nos aporta mucho, por la dificultad de separar opiniones y sentimientos.
Un Caso reciente: Venezuela decreta emergencia eléctrica, Colombia ofrece vendernos electricidad y ésta es rechazada afirmando que “no es necesaria”. Es allí donde nos preguntamos: ¿podríamos solventar parte del racionamiento en Zulia, Táchira y Apure con ese ofrecimiento? ¿No es necesaria, porqué ya está resuelto el problema en Guri?¿y entonces, por qué sigue el racionamiento?. Podemos darle vueltas y vueltas y a lo mejor no llegar a algo concreto. Podemos tratar de imaginarnos diversas razones y cada una de ellas puede ser valida, lógica o adecuada. Pero si pensamos en otras reacciones ante situaciones similares, en los patrones, encontraremos que la razón política, egoísta, tal vez sea la verdadera.
Otro ejemplo: se redujo el número de accidentes en Carnaval, reseñó la prensa, entonces ¿fue efectiva la ley seca? ¿Viajaron más o menos personas? Si se aplicara ley seca todos los fines de semana, se reduciría el número de accidentes y quizás de decesos?
Sin duda, como en todo, hay opiniones. Y ¿dónde está la verdad? A lo mejor es la suma de varias opiniones o la intersección, como en matemática de conjuntos. El esquema de la hegemonía comunicacional requiere el control de los diferentes medios a través de los cuales recibimos la información, necesita que exista un solo mensaje, una sola voz, una única visión. Solo los mensajes “adecuados” pueden ser transmitidos. Sólo algunos medios son buenos. Pero ¿quién puede parar a Radio Bemba? No se le puede aplicar la Ley Resorte ni se puede expropiar o comprar. Tampoco presionar a sus dueños para que se porten bien.
Edgard de Bono en “El Pensamiento Práctico” menciona cinco niveles de comprensión. El rumor estaría en el nivel más bajo, sólo suficiente para quedarnos tranquilos con la explicación que surge.
El rumor, el chisme, la maledicencia surgen de nuestro afán por saber o por tener una explicación. Podrán encarcelarse, expropiarse, comprarse o presionar a la radio, la televisión o la prensa. Podrá controlarse Internet, Twitter o la telefonía celular, pero nuestros pensamientos seguirán allí pues sólo entrarán en nuestras mentes si nosotros los dejamos. Y allí está nuestra función formadora. Comos educadores y como comunicadores tenemos un compromiso: no ponerle o aceptar un cerco en torno a ella, pues siempre encontrará los resquicios para colarse.

Dra. Rosa Indriago

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