lunes, 5 de julio de 2010

El curriculum frente a los retos educativos

Cuando Hablamos de educación en Venezuela, nos hemos acostumbrado a los términos crisis, ineficiencia y presupuesto. Durante años la discusión básica oscila entre quienes defienden la opinión de que se requieren más recursos materiales para poder mejorar la educación universitaria, hay quienes opinan que deben abrirse las universidades a todos los que deseen estudiar y quienes consideran que sin recursos no se puede hacer investigación. Círculos viciosos o discusiones bizantinas. Pero, ¿será ésto algo nuevo?
En los primeros años de nuestra patria, los maestros eran quienes habían estudiado un poco más y podían o intentaban enseñar a otros. No había una escuela como tal constituida, aunque existían los seminarios que dieron origen luego a la Universidad Central de Venezuela (1721) y a la Universidad de los Andes (1785) y algunos colegios privados. A la muerte de Bolívar, en 1830, sólo había 96 escuelas en Venezuela.
En 1870 Antonio Guzmán Blanco decreta la educación gratuita y obligatoria y en 1873 se crea el Ministerio de Instrucción pública. Así comienza un periplo iniciándose un aumento en el número de escuelas, liceos y se mantienen las universidades. En 1936 se cambia a Ministerio de Educación y en 1940 se aprueba la primera Ley Orgánica de Educación. En 1936, con la creación de las Escuelas Normales y del Instituto Pedagógico Nacional comienza en nuestro país la etapa de la formación profesional de los docentes de primaria y bachillerato.
Arturo Uslar Pietri escribió en 1947 un artículo que llamó LA CRISIS DE LA UNIVERSIDAD VENEZOLANA donde menciona los temas materiales y de formación como algunos de los problemas de ese momento. Cincuenta y tres (53) años después, parece que el discurso sigue siendo el mismo, sólo que ahora las discusiones pueden seguirse por medios tecnológicos.
Hoy hablamos de las tecnologías de la información y del uso de esos recursos en la actividad dentro de los espacios de aprendizaje. No obstante, se mantiene la discusión sobre la pertinencia de lo que enseñamos y de la utilidad para el egresado de las diferentes asignaturas que estudia.
Si apuntamos al resultado, es muy claro que si en la sociedad no somos capaces de mostrar un mínimo de cortesía con los desconocidos, digamos en el tráfico o en otra de las innumerables colas que sufrimos a diario; si los cajeros del supermercado no son capaces de realizar mentalmente operaciones matemáticas sencillas; si nos expresamos oralmente o por escrito con un lenguaje limitado, es posible que entonces lo que vemos sea consecuencia de que el acto educativo en sí y la formación profesional en términos globales, tienen debilidades.
Uno de los elementos esenciales, en mi opinión, se asocia con la necesidad de definir e incluso reinventar el currículo, como uno de los elementos alrededor de los cuales se organiza el acto educativo. Largos años, muchas comisiones se han dedicado a la tarea de revisar estos documentos y tratar de proponer nuevas versiones. Algunas se han probado con mayor o menor éxito. Unas han sido efímeras, otras más duraderas; sin embargo, no parece que hayamos logrado enganchar los elementos fundamentales que sirvan de pivote para la acción y puedan darle permanencia en el tiempo a los esfuerzos.
La pregunta inicial es ¿cuáles son los resultados que esperamos obtener de los estudiantes, los docentes y los recursos que se involucran?
Las diferentes estrategias que se han utilizado en los tiempos de análisis del currículo, han tenido orientaciones variadas, evidenciadas en algunos programas como el entorno virtual de aprendizaje y la maestría en desarrollo curricular. Los resultados deben evaluarse y ordenarse las acciones correctivas a que haya lugar para generar lo que Cinterfor expresa como la “retroalimentación entre la teoría y la práctica” y ajustarnos cada día más a las necesidades definidas en el diseño curricular.
Indudablemente no se trata sólo de cambiar el currículo con una u otra orientación teórica, o de darle más presupuesto a las universidad o de un mejor control de los gastos o una racionalización de los espacios. Las organizaciones de todo tipo, publicas o privadas, de lucro o de servicio, son hoy diferentes de los que eran hace 20 o 50 años y aquellas que no se han transformado o adaptado a los nuevos tiempos ya están fuera de juego o a punto de salir de él; a pesar de ello, nuestras escuelas y universidades, más allá de incorporar el uso de redes y computadoras, de las presentaciones audiovisuales y algunas otras tecnologías y de no usar la palmeta, son hoy más o menos iguales que en 1940, con un agravante: la escasez de recursos materiales, en particular a nivel de la educación pública, limita sensiblemente el logro de los fines del proceso educativo casi a todo nivel, desde preescolar hasta postgrado. ¿Cuántas de nuestras instituciones cuentan con una biblioteca o un laboratorio bien dotados? ¿Cuántas canchas de Basquetbol tienen mallas en las cestas? ¿Cuántos comedores escolares tenemos?
Estas y otras interrogantes se han planteado a lo largo de los últimos años en simposios, congresos, seminarios, foros y todo tipo de reunión, libros revistas, periódicos. Tenemos decenas o centenas de análisis de diferente nivel de profundidad y largas listas de recomendaciones, sugerencias y propuestas, aún así, seguimos sin convertir muchas de esas ideas en acción y este parece ser el elemento clave del proceso.
Es allí donde puede aplicarse el enfoque sistémico, ya que para llevar las ideas a la acción se requiere la identificación de los procesos que refuerzan el crecimiento y aquellos que lo limitan. Para impulsar los primeros y controlar o reducir los segundos. Por tanto, para intentar resolver un problema o apuntar en ese sentido, se requiere desarrollar un esquema diferente de pensamiento, otro nivel de comprensión, en tres aspectos: La transformación de los actores, el impulso del liderazgo y la acción individual.
En nuestro caso, los actores somos los docentes, los estudiantes, padres, instituciones y la sociedad. Definir opciones pequeñas que estén a nuestro alcance y que permitan probar nuevas iniciativas, y ajustarlas antes de su difusión a toda la universidad, preguntándonos ¿qué queremos lograr con esta iniciativa?
En segundo término, está el liderazgo en todo nivel, que debe impulsar las iniciativas de cambio, con su apoyo, su ejemplo y su compromiso. Con la apertura hacia las nuevas ideas y la disposición a probarlas. Buscando desarrollar oportunidades y condiciones que favorezcan el aprendizaje de la organización como conjunto.
En tercer lugar, lo más importante, está la acción individual. Todo aquello que cada uno de nosotros tiene a su alcance. La pregunta clave sería ¿cómo puedo influir en los temas que son determinantes? Los resultados a nivel individual pueden impulsar la creación y mantenimiento de la conexión entre los individuos que impulsarán el desarrollo de la organización y los equipos que la forman.
El cambio requiere esfuerzos sostenidos y sistemáticos. Buscar opciones nuevas frente a las limitaciones actuales y los problemas crónicos. Preguntarnos ¿porqué algunas iniciativas fallaron antes? Recuperar el espíritu de trabajo y apoyarnos en las fuerzas propias para impulsar iniciativas que apuntalen el cambio necesario. Apoyar a los otros con sus iniciativas. Es bueno recordar que la clave del mejoramiento significativo está en aprovechar el compromiso, el entusiasmo y la energía de los miembros de una organización.
Si el objetivo de la universidad se orienta a formar ciudadanos para contribuir al desarrollo del país, vale la pena preguntarse: ¿Cuál es la línea de desarrollo a la que queremos contribuir? ¿Le estamos suministrando el conocimiento necesario? ¿Estamos fomentando las habilidades que requerirán? ¿Qué valores y actitudes se están fortaleciendo con nuestra actuación?
En ese camino conectemos la discusión sobre el Curriculo con ese desarrollo. Cualquiera sea el enfoque teórico o la interpretación racional, lo relevante es que la acción contribuya al logro esperado. Retomemos las ideas planteadas a lo largo del tiempo, decantemos de ellas aquellas que puedan ofrecernos mayores oportunidades al menor costo en tiempo y recursos, desarrollemos experiencias directas de aplicación, que sean revisadas luego para identificar los aprendizajes y las oportunidades de mejora y enfrentemos juntos los nuevos retos que se plantean en nuestra Universidad y nuestro país. Y sobre todo, apoyémonos en los profesionales, que dentro de nuestra universidad, siempre han mantenido un interés firme y real de ajustar la formación de nuevos profesionales a nuestra realidad social. Somos efectivamente, responsables de educar a los hombres y mujeres del mañana.
Dra. Rosa Indriago

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